Qué es el duelo

El duelo es el proceso de adaptación activo y natural que permite reorganizar el equilibrio personal y familiar roto a raíz de la pérdida de un ser querido.

Se trata de una respuesta emocional, de comportamiento y de pensamiento que desestabiliza y desorganiza temporalmente a la persona que se encuentra en situación de pérdida. Es un proceso activo de transformación que implica un desafío; el desafío de encontrar nuevos caminos para poder ajustarse a un mundo que ha cambiado para siempre.

Aunque la pérdida de un ser querido es un acontecimiento que no puede escogerse, la elaboración del duelo es un proceso de afrontamiento lleno de posibilidades. Para hablar del duelo se usan dos verbos: estar y hacer. Estar en duelo, hacer el duelo. Hacer el duelo implica que la persona se comprometa activamente en un trabajo personal.

No todos los duelos se viven del mismo modo, y cada persona lo hace a su manera. Esto depende de la forma en que el individuo se ha construido, de las dificultades que ha tenido para vivir los primeros duelos de su existencia y del vínculo que mantenía con la persona fallecida.

  • Etapas del duelo:

Luego de una pérdida significativa, la persona pasa por diferentes estadios o etapas. Es importante remarcar que las etapas del duelo no necesariamente se suceden en orden; alguna puede saltearse y pueden solaparse; ya que es frecuente que se produzcan idas y vueltas entre los diferentes estadios:

Shock y Parálisis: La pérdida súbita, brutal e inesperada y sin preparación que se da como consecuencia de algunas enfermedades o de accidentes, provoca una especie de parálisis (no es posible moverse ni hablar). La persona queda como inmovilizada, anestesiada, con los músculos contraídos, clavado en el lugar. «Los brazos se me caen» o «mis piernas flaquean» son el tipo de expresiones que se usan en estas circunstancias.

Negación y rechazo: Aquí no se puede creer lo que ha ocurrido. La persona busca maneras de negar o rechazar la realidad para poder seguir adelante. «No es posible, no yo, no ahora, no esto» «No él, no ella” “No tan joven» «No puede estar muerto, no es verdad» «No, los médicos se equivocan, yo no estoy enfermo».

Enojo: Luego, viene el enojo. En general, la persona busca alguien o algo a quien culpar y con quien enojarse. «No es justo, es inaceptable», «Si pudiera vérmelas con ese incompetente, irresponsable» (el otro, el médico, el jefe de servicio, el ejecutante, Dios, la Justicia, la Vida).

Miedo: Frente a la muerte de alguien querido, el mundo cambia, se transforma y se percibe peligroso. Hacer el duelo tiene implícito sentir miedos y mucha incertidumbre, también puede aparecer sensación de incapacidad para enfrentar el hecho. Algunos pensamientos suelen ser: “¿Qué va a ser de mí?” “Nunca voy a lograr arreglármelas solo/a, sin él/ella”.

Tristeza: La etapa de la tristeza es decisiva, aunque difícil de vivir. Además, son pocas las personas del entorno que suelen aceptar al que está triste. La tristeza es molesta, incómoda, es cansadora para los demás. Muchos se sienten incómodos frente al dolor y al duelo, frente al sufrimiento de los demás, frente a la enfermedad grave y la muerte. Porque no nos queda tiempo para nada: ni para vivir, ni para comer, ni para respirar; no le damos “tiempo al tiempo”, es decir, no nos damos la oportunidad de hacer un duelo y cicatrizar. En efecto, hay que vivir el dolor hasta el final porque sólo más tarde, cuando la pérdida se percibe realmente, la ausencia se acepta; entonces el trabajo de duelo puede hacerse y así iniciarse el nuevo camino hacia la vida. En esta etapa, la persona toma plena conciencia de que los hechos son definitivos y que no se pueden cambiar las cosas que ocurrieron. La tristeza puede venir de la mano de la angustia y quedarse durante un largo tiempo.

Aceptación: Algunas frases que reflejan esta etapa pueden ser: “Es duro, pero es así”, “Voy a seguir viviendo lo mejor posible”. La aceptación no es resignación sino progresión, es atravesar un umbral nuevo y totalmente desconocido. Podría pensarse que la salida del duelo se vislumbra a través de la verdadera aceptación de la situación. Así ocurre cuando la persona puede decir: “Estoy triste. Lo que me falta me falta, pero puedo vivir y hablar de eso, y aceptar vivir de una manera diferente”.

Perdón: Esta etapa puede darse como no (al igual que las anteriores), pero cuando existe la necesidad de perdonar a alguien o algo, se vuelve clave atravesar por esta etapa y trascenderla. Si hay rencor o resentimiento es imposible elaborar un duelo y lograr paz. Perdonar es detener el sufrimiento ocasionado por rencor, deponer esa energía negativa implicada en el deseo de revancha, la animosidad, el resentimiento o el odio. Es fundamental este concepto en el trabajo de duelo, donde muchas veces se señalan culpables (uno mismo, el médico, Dios, la persona fallecida por no cuidarse, etc.) y queda enquistado el dolor mezclado con el rencor.

Búsqueda de sentido y paz: En esta etapa se trata de reconocer que el duelo o la pérdida permitieron hacer lo que antes era inconcebible: desarrollar un talento oculto, asumir responsabilidades, aprender cosas nuevas. Una experiencia dolorosa puede ser la oportunidad para la maduración afectiva y para el desarrollo personal. Después de un tiempo de lucha, de tristeza, de pena, finalmente uno logra sentirse sereno, en paz con el hecho doloroso que nos ha tocado enfrentar. Entonces podemos evocarlo sin un exceso de emoción. De a poco empezamos a vivir (revivir) en el aquí y ahora: el presente se vuelve más importante y tiene más resonancia que el pasado. La esperanza renace. Si aparece un plan nuevo, el individuo es capaz de percibirlo, de realizarlo e incluso hacerlo de tal manera que resulte útil para los demás. Es en este momento que la paz comienza a asomarse.

  • Duración:

El duelo implica un periodo de tiempo variable. No se puede decir que tenga una duración determinada porque depende mucho de varios factores, entre ellos uno importante es la relación que unía a la persona con el ser querido fallecido. Generalmente el primer año es el más duro, entre otras cosas porque se atraviesan diversas fechas conmemorativas (cumpleaños, día de la madre/ padre/ niño, fiestas, aniversario de la muerte, etc.) y en cada uno de estos días la ausencia se hace muy presente. De todas formas, cada uno vive la pérdida de un ser querido de una forma diferente, cada uno lo superará en un tiempo distinto.

A medida que vaya pasando el tiempo, habrá una disminución progresiva de la tristeza para dar paso a recuerdos menos dolorosos. El proceso de duelo lleva a la serenidad y al sosiego. Llegará un momento en que se logrará establecer un equilibrio entre el ayer que se recuerda y el mañana que se construye.

  • Sensaciones y sentimientos frente a la pérdida:

Luego de la muerte de un ser querido, las personas comienzan a presentar sentimientos, sensaciones físicas y conductas que son normales después de una pérdida. Compartimos a continuación algunas de ellas para que el lector pueda reconocerse y saber que está transitando por caminos normales en su proceso de duelo.

Sentimientos

  • Tristeza
  • Enojo
  • Culpa y auto-reproche
  • Ansiedad
  • Soledad
  • Cambios en el humor
  • Angustia
  • Apatía o indiferencia
  • Alucinaciones
  • Impotencia
  • Shock
  • Anhelo
  • Alivio
  • Insensibilidad
  • Confusión
  • Incredulidad

Sensaciones físicas

  • Vacío en el estómago.
  • Opresión en el pecho.
  • Opresión en la garganta.
  • Hipersensibilidad al ruido.
  • Sensación de despersonalización: “camino calle abajo y nada parece real, ni siquiera yo”.
  • Falta de aire y palpitaciones.
  • Debilidad muscular y temblores.
  • Falta de energía.
  • Sequedad de boca.

Conductas

  • Trastornos del sueño.
  • Trastornos alimentarios.
  • Conducta distraída, olvidos o falta de concentración.
  • Aislamiento social.
  • Soñar con el fallecido.
  • Evitar recordatorios del fallecido.
  • Buscar y llamar en voz alta.
  • Visitar lugares o llevar consigo objetos que recuerdan al fallecido.
  • Atesorar objetos que pertenecían al fallecido.
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