Duelo según el tipo de muerte

Hay ciertas maneras de morir y ciertas circunstancias que requieren una comprensión adicional.

Muerte por suicidio

De todos los sentimientos específicos que experimentan los que están en duelo de un suicidio, la vergüenza puede ser la que más aparece; la cual puede estar influenciada por las reacciones de los otros. Esta presión emocional no solo afecta las interacciones del que está en duelo con la sociedad, sino que puede, además, alterar las relaciones en la unidad familiar.

Otro sentimiento normal en los que están en duelo es la culpa. Esto se debe a que asumen la responsabilidad de la acción del fallecido y tienen el sentimiento de que había algo que ellos debían o podían haber hecho para evitar la muerte. Los sentimientos de culpa son normales después de cualquier tipo de muerte, pero en este caso puede verse exacerbado. Encontrar a alguien a quien echarle la culpa puede ser un intento de afirmar el control y de encontrar significado a una situación difícil de entender.

También, estos sobrevivientes experimentan sentimientos intensos de enojo. Puede ser con el fallecido (ya que piensan que no pensó lo suficiente en ellos si no, no habría cometido un suicidio) o con ellos mismos (por no haberse dado cuenta que la persona estaba mal, que necesitaba ayuda o que estaba por cometer ese acto). También puede haber enojo con algún familiar, con el destino, con Dios, etc. pero lo más recurrente son las dos primeras opciones que detallamos.

Muerte repentina (muerte súbita o por accidente)

La muerte súbita es aquella que se da sin previo aviso y requiere una comprensión especial. Este tipo de muerte deja al que está en duelo con la sensación de que la pérdida no es real. Cuando se entera de la muerte de un ser querido de forma inesperada, se crea una sensación de irrealidad que puede durar mucho tiempo. El que está en duelo se siente insensible y aturdido. Puede tener pesadillas e imágenes intrusivas a pesar de no haber estado presente en el momento de la muerte. También, estos sobrevivientes experimentan sentimientos exacerbados de culpa. Se puede observar esto en afirmaciones como: «si no lo hubiese dejado ir a ese viaje», » si le hubiese explicado mejor los peligros», » si lo hubiese acompañado, quizás hubiese podido llevarlo más rápido al médico», etc.

 

Muerte por enfermedad prolongada

Cuando nos encontramos frente a una enfermedad prolongada que va en decaimiento del estado de salud y llega a su momento terminal, suele comenzar el temor a lo desconocido, el miedo al dolor que va a experimentar tras la pérdida y los cambios en su estructura, funcionamiento y sistema de vida. Si bien hay conciencia de una muerte inevitable, se alterna con experiencias de negación de que el acontecimiento vaya a ocurrir realmente. A medida que se contempla la decadencia de la persona, se acepta la realidad, y la muerte aparece cercana e inevitable.

En este proceso la familia se va preparando para la realidad de la muerte que se avecina y para el proceso de duelo que van a afrontar. Se toma conciencia que su ser querido va a morir, y puede haber tiempo para adaptarse a todas las emociones e imaginarse su vida sin él.

Anticipar la muerte es una parte importante de la experiencia de esa pérdida. La anticipación puede ayudar a los dolientes a prepararse para lo que les espera. Es normal que los que están en duelo hagan “ensayos de roles” en sus mentes. Muchos pueden ver esto como una conducta social inaceptable ya que la persona que habla de lo que hará luego de la muerte de su ser querido puede parecer insensible para el afuera.

Este tipo de muerte aumenta la intensidad del vínculo con la persona que está próximo a morir y puede provocar una fuerte tendencia a permanecer cerca de ella. La familia sabe que va a perder a un ser querido, también es consciente de que los momentos finales son la última oportunidad de compartir su cariño, afecto o conversar sobre asuntos pendientes. Contrariamente a esto, cuando son demasiado largas las enfermedades, los que están en duelo pueden alejarse emocionalmente demasiado pronto, mucho antes de que muera el familiar, lo cual puede conducir a una relación difícil. También en este tipo de enfermedades muy largas, una vez que la persona muere, puede aparecer una sensación de alivio, que es totalmente normal luego de los intensos cuidados hacia el enfermo, horas sin dormir y el ver el sufrimiento de la persona querida. Esa sensación de alivio a veces es comprendida por el entorno y otras veces no tanto; pero es importante saber que es totalmente normal, que es una sensación más, importante de permitirse y transitar.

Muerte por homicidio

Cuando la muerte de un ser querido ocurre en circuns­tancias traumáticas, el duelo presenta una notoria ten­dencia a complicarse porque los dolientes deben enfrentar, al mismo tiempo, el estrés postraumático.

Cuando la muerte ocurre de manera súbita, y especialmente si ha sido una muerte violenta, por homicidio, el duelo puede complicarse debido a que:

  • El mundo que creíamos relativamente seguro, se estremece y se vuelve amenazante.
  • Se trata de una muerte absurda, que no puede comprenderse ni absorberse y que tampoco permite ha­cer un “cierre” (despedirse, decirse adiós, poner punto final a la relación).
  • Los síntomas agudos del duelo y el choque emo­cional y físico persisten por más tiempo.
  • El doliente reconstruye, una y otra vez, los eventos y el escenario en que sucedieron, buscando entender esa muerte. El doliente sobredimensiona los eventos de la rela­ción inmediatamente anteriores a la muerte. Dichos eventos -una discusión o pelea, el estar lejos de la persona, una amenaza que se ignoró o una queja física que se des­oyó- se salen de proporciones y generan culpas y auto- reproches.
  • Las reacciones emocionales suelen ser más inten­sas: son mayores la rabia, la culpa, la ambivalencia, la desorganización, la confusión, el desamparo y la vulne­rabilidad. Todo esto unido a una gran necesidad de en­contrarle un significado a la muerte, un porqué.
  • Aparece el estrés postraumático, que se manifiesta a través de la intrusión repetitiva de imágenes y recuer­dos trágicos y del incremento de algunas respuestas fi­siológicas, de hiperactividad o parálisis.
  • Cuando no es posible ver el cadáver o los restos, el riesgo de complicaciones es mayor, lo mismo que cuan­do las diligencias legales absorben una buena parte del tiempo que deberían ocupar las respuestas iniciales duelo.

El homicidio viola todos los principios fundamenta­les que nos han enseñado desde pequeños: el respeto a la vida, la no agresión, el maravilloso poder del diálogo como instrumento de conciliación que remplaza a la vio­lencia.

La impotencia, la desorganización y el desampa­ro se apoderan de los dolientes de muertes violentas, junto con una creciente necesidad de vengar a su ser querido, para así al menos honrar su memoria. La sensa­ción de que el mundo, antes confiable y seguro, es ahora peligroso, genera en las víctimas terror y la angustia de estar también en peligro. Dadas las características de la muerte violenta, uno podría afirmar casi sin temor a equivocarse, que toda familia que sufre el homicidio de uno de sus miembros debe recibir ayuda, apoyo y orientación emocional con el fin de evitar patologías y complicaciones ulteriores y prevenir que se establezca un nuevo eslabón que, dadas las circunstancias, entre a fortalecer aún más el círculo vicioso violencia-venganza-violencia.

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